Muchas son las lecciones que este año que ya casi termina, nos ha dejado. Lecciones sobre la salud física y mental, lecciones en la economía, en lo social, en el ámbito laboral, en la educación, en las relaciones interpersonales; lecciones sobre la vida misma. En medio de todas, hay una lección que considero muy valiosa, y que logró mover fibras a tal punto de unirnos y conectarnos en medio del aislamiento y el distanciamiento físico: El poder del dar.
Generalmente, vivimos muy enfocados en el recibir, es común pensar o decir: “yo merezco”, “yo pido”, “yo reclamo”, “yo tengo derecho a”, pero este año tan particular, en medio de las tristezas, la incertidumbre y las pérdidas, nos hizo mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que si mi entorno y mis vecinos no están bien, difícilmente yo puedo estarlo, pues la vida funciona en una interconexión armónicamente perfecta, así funciona la economía, así funcionan los sistemas de gobierno en toda su complejidad, así funciona la vida en toda su simpleza.
Es en estos momentos de adversidad por los que atraviesa la humanidad cuando cobra tanto sentido aquel término de origen sudafricano, proveniente de las étnias Zulú y Xhosa, que trascendió de ser una expresión a convertirse en un código de convivencia, una filosofía en el continente africano.
Ese término es Ubuntu, una palabra que surge del dicho popular “Umuntu, nigumuntu, nagumuntu” que en Zulú significa “una persona es una persona a causa de los demás”, es decir, “soy, si eres”, si tú estás bien, yo estoy bien y todos estaremos bien.
El portal español Casa África, señala que Ubuntu “apela a la solidaridad del grupo y, en este sentido, encaja a la perfección con la manera de proceder de muchos pueblos africanos, en el que los individuos se apoyan unos en otros para sobrevivir en entornos normalmente hostiles”.
El obispo anglicano y Premio Nobel de Paz, Desmond Tutu, lo describe de la siguiente manera: “Los africanos tenemos eso que se llama Ubuntu. Trata de la esencia del ser humano (…) Supone hospitalidad, cuidado de los otros, ser capaz de caminar un kilómetro más por otra persona. Pensamos que una persona es persona a través de otra persona, que mi humanidad está atrapada inextricablemente con la suya”.
Agrega que “cuando deshumanizo al otro, inexorablemente, también me deshumanizo (…) Ser ‘humano solitario’ es una contradicción de términos, de modo que usted trata de trabajar por el bien común porque su humanidad adquiere pleno sentido en el hecho de pertenecer”.